No podemos terminar estás lecciones sin el perdón personal. Somos nuestros propios enemigos cuando cargamos con la culpa personal. Entre las culpas está la heredada, esa historia que dice que somos malos y nos castigamos por siempre, pero en principio Dios nos hizo buenos, no hay que olvidar que vivimos en Su propio Espíritu y como decía Pablo, “en Él vivimos y nos movemos, somos su esencia.”
No podemos perdonar a otros si no hemos aceptado el propio perdón de Dios en nosotros .
El perdón es una conversación con Dios. Arrepentirse significa tener un cambio de corazón. Estés donde estés y cómo estés, Dios te escucha. No se trata de disculpar una falta, la falta es la falta, tampoco es justificar una acción herrada, pero nada ganamos con darnos golpes en el pecho por acciónes tomadas antes de que tuviéramos una mayor conciencia.
Maya Angelou, la poeta decía, en paráfrasis: Perdónate por aquellas faltas que cometiste, antes de saberlo.
Perdona las recaídas. Cuando recuerdo mis acciones herradas de adolescente, de juventud, de hace unos años, quizás de hace sólo un año, una semana o un día, recuerdo que si puedo ver el error, puedo ver cómo mejorarlo y tomar mejores decisiones. Los errores son una llamada a nuestra atención, porque no podemos cambiar lo que no podemos ver. En la escuela decían, “le llamamos la atención”, y es que la vida es una escuela que nos muestra una y otra vez cómo regresar a nuestra más alta expresión.
Todos tenemos un talón de Aquiles, un herida que provoca acciones en automático, pero Dios nos conoce más que nosotros mismos. “Qué tonta fui”, decimos, pero siempre hay una oportunidad para comenzar de nuevo, y tomar nuevas elecciones en el amor, en las finanzas, en la familia, en el trabajo, o en el cuerpo.
Jesús perdonó a criminales, prostitutas y heréticos, sigue perdonando, hasta perdonaba en tiempo real a los que le quitaban la vida, “perdónalos por que no saben lo que hacen.” Es el amor extremo.
Perdonar, no es permitir, es dejar de odiar, soltar.
Hay acciones que necesitamos dejar ir, esas del pasado que ya no podemos cambiar o remediar, y como dice la conocida oración de la Serenidad, pedir a Dios que nos dé la sabiduría de saber la diferencia entre lo que tiene remedio y lo que no. El pasado solo tiene remedio en el presente, y se quedaría en el pasado si no fuera porque nuestra mente lo trae al presente, y recrea una vez más todo lo que queremos olvidar, al recordarlo, o contarlo por enésima vez a nuestros amigos. Deja ir. Entrega a Dios.
En la vida sólo necesitamos pedir la gracia del perdón de Dios, y luego nos queda recibirla, que es la parte más difícil para muchos. Luego de recibir el perdón de Dios, necesitamos dar la gracia del perdón a los demás. “Que tire la primera piedra el que no haya errado”, decía Jesús a los que enjuiciaron a una mujer que había cometido una supuesta falta. Si ves que no puedes perdonar a otro, mira bien, pues no puede perdonar a otro, aquel que no se ha permitido el perdón gratuito de Dios en su propia vida. Mientras más perdonados nos sintamos, más amor y menos deseos de juzgar a otros. Esa historia es hermosa, especialmente cuando Dios dice a la mujer apedreada. “¿Dónde están los que te enjuician?” Y es que cuando entregamos las faltas a Dios, esos ojos acusadores se desaparecen, porque no hay alma que se juzgue más que nosotros mismos, castigándonos por medio de enfermedades, vicios, tormentos y desequilibrios emocionales. A veces lo que llamamos mala suerte, es castigo auto-impuesto, lo he visto.
Mi Dios, dame la Gracia de Tu perdón, hoy la acepto y recibo el perdón de tus misericordiosas manos y de tu amado corazón.
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