9 Días con el Espíritu Santo

0 de 9 lecciones completas (0%)

Día 8, El Don del Temor de Dios

Este don es conocido como el temor de Dios, pero he elegido usar la palabra reverencia a propósito. Cuando pensamos en temor, muchas veces pensamos por ejemplo sobre el temor a ser castigados, y es que el don del temor de Dios es un don malentendido. Aquí temor no se refiere a pánico, ni a tener miedo a Dios sino a la reverencia y el respeto profundo que sentimos por un Padre amado, como le llamaba Jesús, Abba, que en arameo es una palabra reservada sólo para una relación muy cercana y llena de confianza que significa papá.  Este don no se recibe por manipulación o miedo al castigo, es un regalo que viene directo del Espíritu Santo. La reverencia y el temor de Dios son el reconocimiento de nuestra pequeñez y vulnerabilidad, frente a un universo inmenso e interminable. Cada religión tiene una palabra para describir esta reverencia que nos lleva a la sumisión, que es la de entregar nuestra voluntad a cambio de recibir la voluntad de Dios, lo que no es resignación sino alineación.

Cuando podemos reconocer la luz de Dios igualmente podemos ver esa luz en cada ser, y sentimos respeto por medio de esa chispa de Dios, que cada ser humano tiene en su interior. La verdadera reverencia es saber que todos somos iguales y valiosos, porque Dios está dentro de todos. Cómo decía Jesús, “Lo que hagas por el más pequeño, lo haces por mí”. Y lo que hagas mal también se lo haces a Dios.

Veo personas que van a la iglesia motivadas por la culpa, o por miedo del infierno.  El miedo a Dios no es lo mismo que el amor a Dios. No se puede tener miedo a un castigo, y confiar al mismo tiempo. La fe viene de la raíz fides que significa confianza. Tratar de evitar castigo, no es lo que buscamos en la relación con Dios; esto es una relación defensiva, inmadura y poco saludable. Existen consecuencias por nuestras propias acciones, pero ellas no son castigo de Dios.

Leer:

Donde hay amor no hay miedo. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el miedo, pues el miedo supone el castigo. Por eso, si alguien tiene miedo, es que no ha llegado a amar perfectamente” DHH 1 Juan 4,18. También dice: “Amamos porque Dios nos amó primero”. 

Cuando Jesús dijo al malhechor en la cruz, Te veo en el Paraíso, nos mostró su inmenso amor y perdón. Realmente el criminal ni siquiera pidió perdón. Mientras su compañero se mofaba de Jesús, la vulnerabilidad del criminal fue la que abrió la puerta del cielo. Y mientras uno de los malhechores retaba a Jesús, sálvate y sálvanos si puedes. El otro tenía este don de reverencia y humildad, y para tener reverencia primero se necesita reconocer a Dios: ¿Ni aun estando en la misma condenación, temes a Dios?  El malhechor arrepentido decía, y también aceptó sus faltas: “Nosotros justamente hemos sido castigados por nuestros hechos; pero éste (Jesús) ningún mal hizo.” Y luego dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando estés en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Tuve una experiencia personal espiritual, el don que se conoce como el temor de Dios, es un don que te dobla las rodillas. Desde entonces conozco un poco sobre esa reverencia, la experiencia me duró sólo unos segundos, más me hizo ver que Dios nada tiene que ver con castigo, porque Dios no culpa, sino que al reconocer la verdad, la vergüenza sentida por la ignorancia nos enrojece, cuando nos damos cuenta de las faltas. Luego de este reconocimiento inmediatamente somos sanados. Esto va a suceder a menudo en el camino de Dios, porque vamos creciendo cada día y cayendo en cuenta sobre. nuestras propias equivocaciones.

A veces tenemos más reverencia por las personas de este mundo que por Dios. Tenemos más miedo de perder la admiración, de perder la credibilidad, de perder dinero, lectores o perder a un amigo, que perder su Gracia. Este don pide que Dios sea primero, que lo amemos por sobre todas las cosas. Dice el Papa Francisco, El temor de Dios nos lleva a la humildad, a la docilidad y a la obediencia (1) de seguir su camino, de recordar cuan pequeños somos.

La reverencia nos lleva a decir tal como el Padre Nuestro, “Santificado sea tu Nombre.” Esta reverencia profunda puede sentirse también al mirar a Dios a través de la creación. Es un sobrecogimiento imposible de explicar cuando estamos frente a un gran volcán por ejemplo o mirando las galaxias y nos quedamos con la boca abierta de asombro. No es temer al mar, pero sí es respetar su fuerza.  Muchos nativos indígenas están cercanos a esta realidad de reverencia a Dios por medio de la naturaleza, a veces más que muchos que dicen ser creyentes, que no tienen conciencia de esta realidad que nos abraza. Como decía Pablo, “Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos”. Hechos 17,28

Cuando el Espíritu Santo toma posesión en nuestro corazón, nos infunde consolación y paz, y nos lleva a sentirnos, así como somos, o sea pequeños, con esa actitud -tan recomendada por Jesús en el Evangelio- (1) de quien pone todas sus preocupaciones y sus expectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, ¡como un niño con su papá! — Papa Francisco

Espíritu Santo, te invoco para que me muestres el verdadero rostro de Dios y así despertar mi reverencia y devoción hacía ti, cada día que me abandono para ser sostenido en tus brazos recibo tu paz verdadera 

Por Sharon M Koenig

(1) Cita de la Catequesis del Papa Francisco – El don del temor de Dios – Junio 2014